Cuando me pongo a pensar -cuando tengo la mala idea de ponerme a pensar- en los amores perdidos, siempre me encuentro con una retahíla de nombres e ilusiones que siempre me acobardan.
La lista no es muy numerosa, y siempre la ejecuto con amores materializados y platónicos, aquellos que encontraron en el beso su mejor aliado, y aquellos que encontraron en la ilusión, su peor verdugo.
Es naturalmente razonable pensar que si un amor se lacera, se hace inllevadero dejarlo; pero eso en el campo de la razón, y en realidad sucede que el hecho de amar no es del todo razonable. Pero bueno, culpar al amor es lo más sencillo, culpar a la pareja es lo más práctico, y culpar al destino es lo menos indicado.
Cuánto me hubiera gustado quedarme con cada una de las parejas que tuve, formar con ellas una familia, tener hijos y plantarme... pero luego de pensarlo detenidamente... no fui capaz de perpetrarles semejante maldad.
Pero ahora, que la ilusión me sirve el café en la mañana, ahora, nuevamente me aferro con uñas y dientes, con garras y colmillos a una nueva ilusión, y pienso que quizá, lo más razonable sea perpetrarle semejante maldad, e intentarlo, cuanto menos, hasta que la ilusión se desvanezca...
Mientras tanto... seguiré soñando